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  1. En el calor del hotel

    domingo, 2 de octubre de 2011

    Hoy, es mi segundo día de permiso tras un solemne acto que fue bien y blabla, y se puede decir que he vuelto a experimentar los lujos del mundo civil, pero con nueva perspectiva.

    Creía que no había cambiado en absoluto, pero no es así. Bueno, sí, es así, no he cambiado nada básico, sigo siendo el mismo, pero ahora veo las cosas de otra manera. Antes llegaba a un establecimiento, llegaba a la barra, pedia lo que fuera, pagaba y me iba, ahora me sale solo el llegar, dar las buenas noches a los que me cruce en el camino a la barra, ceder el turno a otra persona, pedir lo que quiero con cortesía, entablar conversación acerca de deportes con el cliente de al lado, pagar, e irme dando las gracias y las buenas noches de nuevo.

    No sé, voy por la calle con nuevos ojos, admirando lo que veo, pensando qué bonito es el interior de la casa esa que se ha dejado la puerta abierta, sintiendo el sol en la cara con gusto, agradecer cada brizna de brisa que siento, saborear más la comida, beber con más sed, escribir con más inspiración, leer con más ansia, reírme con más ganas...creo que es algo parecido a sentirse realizado.

    Me siento super acogido aquí, allá donde vaya, siempre encuentro una cara, que por poco conocida que sea, me saluda y me invita a la conversación, el ánimo que me da mi familia académica, el sentimiento de grupo cuando desfilamos todos juntos para impresionar al coronel de turno, la boca abierta con cada exhibicion de la patrulla águila, con cada avión de entrenamiento que sobrevuela nuestras cabezas y calla el vozarrón del capitan con su motor, etc

    Y a la vez, siento como las demás opciones que pude haber escogido se distancian a medida que avanzo, y no las miro con arrepentimiento, si no con pena, porque sé que todas eran buenas, y que me falta tiempo para vivirlas todas. Sí, sé que es de gilipollas ver la vida corta siendo joven, pero son cosas que se me pasan por la cabeza y las escribo, os jodéis.

    Ayer, por casi necesidad, compré una navaja nueva en la tienda de efectos militares, porque la de dotación es una porqueria y no me sirvió para cortar el esparadrapo en un momento de prisas y necesidad. Cuando en la habitación del hotel, le quité el precio, la saque de la funda y la abrí y probé con bolsa de plastico en la que venía, me sorprendió el poder de la cuchilla, que cortó con la facilidad de un pájaro al volar el plástico, sin tener que hacer fuerza siquiera para que lo dividiese en un corte perfecto sin apenas esfuerzo. 12€ valían aquella mortífera hoja negra, aquel mango de camuflaje y aquella funda de la misma textura, pero me puse a pensar en los malos usos que se le podían dar, y que no venían incluidos en el IVA.

    Y fue entonces cuando sentí lo que un instructor mío dijo acerca de las armas, respeto. La vi como un ente neutral pero implacable, leal pero traicionera, traicionera si te descuidas, y leal porque será tuya para siempre y hará lo que digas. La miré, me miró, y creo que casi la oí preguntar : ¿quién es el arma, tú o yo?.

    Por supuesto que está destinada a cortar esparadrapo y a tallar madera cuando me aburra, pero en el momento me quedé congelado, pensándolo seriamente, que una persona no es peligrosa cuando empuña un arma, si no cuando tiene la decisión de usarla para el mal, el arma en sí es tan sólo una extensión del cuerpo. Que no se debería tener miedo al ver el brillo de la luna en la hoja de un cuchillo, si no al ver el brillo de la luna reflejado en unos ojos decididos. Son los ojos los que cortarán el alma antes de que el arma corte la carcasa.

    Es esto mismo lo que hace que no le pierda el respeto a ningún arma, por inofensiva que sea, a pesar de que a la mía le guardo cariño por ahorrarme valiosos segundos para curarme antes de que mis heridas empeoren.

    Y aquí, en el calor del hotel, disfruto de un poco de aburrimiento, valiosa recompensa del estrés prolongado, y a punto de disfrutar de un poco de buena lectura.