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  1. Navegante

    sábado, 13 de agosto de 2011

    Mi mente se retuerce como una serpiente entre los distintos planos psíquicos que constituyen mi persona.

    Como un barco con las olas, sube y baja de estrato mental caprichosamente, movido por una fuerza misteriosa que me gusta llamar "azar", viajando a mayor o menos velocidad, o simplemente, fondear en aguas tranquilas.

    Dentro de ese barco, soy un marinero peculiar, trabajador, pero perezoso, me enfrento con valentía a las tormentas con mano dura y timón firme, pero a la vez me alegro de que la lluvia que azota mis velas también de paso me limpie la cubierta. Conozco las aguas por las que me muevo, tengo un buen mapa en mi camarote, dibujado con poca precision debido al vaivén del barco, pero por lo general no me suelo meter en aguas peligrosas ni me dejo llevar por corrientes marinas, ya sean calientes o frías.

    Curiosamente, no sé porqué estoy en el barco, un día me levanté tumbado en la cubierta, envuelto en telas, sangriento y arrugado, imagino que vendré de alguna especie de batalla, o bien del mar por el que navego que me arrugó la piel. Pero me gusta. Me gusta navegar, al principio tan sólo me subía a lo más alto del barco y observaba los alrededores, no sabía poner en movimiento el barco y avanzar, solo observaba y aprendía.

    Más tarde, avancé con lentitud, mis brazos débiles sabían que no podrían mantener el navío en una tormenta, quizás por eso intenté no meterme en ninguna, pero mis velas comenzaban a cogerle el gusto al roce del viento.

    Y aquí estoy, el viento marino me ha curtido la piel y la mente, mis ojos muestran la profundidad de los mares por lo que surco, con tonos verdosos como el oceano, pero marrones como la tierra a la que un dia espero llegar, mis pies se afirman con fuerza a la cubierta cuando la situacion lo requiere, pero les encanta estar levantados sin trabajar cuando me tumbo en la hamaca, y mis brazos se han vuelto fibrosos y duros, entrenados por las fuerzas del mar que le llevaban la contraria a mi timón.

    Intento disfrutar del mar, aunque a veces me siento solo entre tanta agua y me encierran mis propias maderas, y es entonces cuando leo lo único que encontré de valor en el barco cuando llegué : los libros.

    En ellos están escritas con todo detalle multitud de historias, de novelas, que hilan con gran precisión la mente de aquellos que las escribieron, a través de unas terceras personas o bien atreviéndose a escribir en primera persona. Entre todas esas historias, todas hablan de una tierra, que algún día se alcanza, una pequeña isla, paradisiaca, en la que te encuentras con una marinera que llega a al vez que tu, y tal es el encanto de la isla y de la compañía, que aunque llueva y pases frío, siempre estas caliente y "feliz", una palabra que se utilizaba a menudo en aquellas historias.

    Y así, navegando de día, leyendo y soñando por la noche, es como surco los mares, intentando mejorar mi barco con algunos apaños que le hagan mas resistente pero tambien acogedor, tumbandome en la hamaca, maldiciendo cuando alguna gaviota me caga en la cubierta, y disfrutando con una sonrisa aventurera de toda tormenta que se me cruce.

    Espero con ansias el día en el que fondee mi barco y nade hasta la isla con mi marinera, pero mientras tanto, mi mente sube y baja como las olas del mar, ideando, arreglando, aprendiendo, divirtiendome y cuando la noche es clara, miro las estrellas y me pregunto si cuando una ola inexorable inunde la isla, nos separara a mi y a mi pareja, y volvería a despertar en un barco, arrugado por el mar, rescatado por los delfines, y ensangrentado por un corazón roto, pero sin acordarme de nada.


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