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  1. Por la ventana del tren

    sábado, 30 de julio de 2011

    Hoy, a la vuelta de mi viaje, me tocó ventanilla en el tren, y claro, acostumbrado como estoy, me puse mis cascos y escuché música toda la longitud del trayecto (salvo cuando pusieron la peli de "Cómo entrenar a tu dragón").

    Estuve pensando, mientras vallas, ovejas, montañas, valles y ríos desfilaban a gran velocidad ante mis ojos, interrumpidos de cuando en cuando por algún que otro túnel o edificio, teniendo como permanentes compañeros a los raíles, los cables que subían y bajaban como delfines, y el traqueteo ronroneante del tren.

    Aburrido del paisaje tras dos horas de trayecto, comencé a observar a los pasajeros que tenía al lado, una señora embarazada de 9 meses, otra señora con mirada severa pero que me sorprendió con un tono de voz amable y sincero cuando contestó a su teléfono móvil, y al otro lado del pasillo, una madre y su hija jugando a la Nintendo DS, un hombre robusto que sólo sabía dormir, y una delgada chica bien vestida y viendo una peli en su iPad mientras comía ositos de gominola.

    Me sentí pequeño, insignificante, el chaval de los cascos y los chicles de sandía del asiento de al lado, uno más, uno del montón, todo mientras mi abuela me contaba emocionada una broma que le gastó a su madre una vez (le metió una lagartija por la espalda), y una canción de Tupac resonaba a lo lejos en mi cabeza.

    Me sentí un juguete del universo, un peón, la mota de polvo pegada a la canica que es nuestro mundo con la que alguien juega, mire al cielo y todo cobró más sentido, miré al sol directamente, y lo vi negro tras observarlo 3 segundos, deslumbrado por su luz, me pareció una enorme pupila observandonos, con su gigantesco iris azul, observando al mundo.

    Reflexioné y me hicieron gracia varias ironías derivadas de tal metáfora, ¿por qué será que hacemos las cosas "ocultas" de noche? es justo cuando el sol no está y no nos observa, no nos sentimos tan culpables de nuestros actos, ni nos da tanta vergüenza, y que ese gigantesco ojo, en cierta manera, parpadea cada noche, y, como a nosotros, se le queda una pequeña luz al cerrar el ojo cuando observa tanto rato algo, y esa pequeña luz que se le queda grabada en la retina es la luna.

    Ya divagando y navegando en aguas más profundas, pensé que si la luz que se le queda al Observador es la misma noche tras noche, será porque lo que observa es lo mismo, y en parte el razonamiento tiene razón (valga la redundancia), la humanidad como expuse en una entrada anterior ( no recuerdo cuál), sigue siendo la misma en esencia, y es la lección que nos deja el sol tras un día entero, durante el cual, a pesar de observarnos desde diferentes puntos de vista (recorrido del sol por el cielo) con su enorme pupila, al final del día sigue viendo lo mismo.

    Pero entonces vi una nube, a lo lejos, y un verde prado de flores amarillas y blancas en plan anuncio de compresas, y una relámpago mental me puso en la piel de un piloto de cazas, por un momento, sentí las esponjas del casco en mi cabeza, el frio aire entrando por el conducto del oxigeno, las manos enguantadas, gritando de euforia mientras volaba a cuchillo a 800 km/h, y por un momento, recordé un momento de mi infancia donde, estando de excursion en un barco militar, un alto mando se me paró, me cogió del hombro y me preguntó de sopetón: "chico, ¿tu quieres ser piloto?", yo, pequeño que era, no lo sabía decir con certeza, y le dije que no lo sabía, y el hombre se fue sin decir palabra.

    Era un recuerdo que tenía en la caja de "Misterios", siempre he vivido con la duda de qué hubiera pasado si le hubiese respondido que sí, o si le hubiera respondido que no. Fuera lo que fuera, después de su pregunta, el F-18 que estaba volando mientras estabamos en cubierta se acercó peligrosamente  a la borda del barco, se giró 90 grados, redujo levemente la velocidad, y pasó como una exhalación rozando la borda por fuera del barco, mientras que yo, asombrado como estaba, me fijé en el interior de la cabina, y vi perfectamente, casi a cámara lenta, como el piloto soltaba una mano del control y subía el dedo pulgar, mirando con su visera del casco hacia mi posición.

    Desde aquel momento, y tras una exhibición aérea en Morón, quise ser piloto, de cualquier cacharro volante, preferiblemente de cazas, pero piloto en general tambien me hacia ilusión, y miraba el póster del Eurofighter de mi habitacion cada día imaginando estar dentro, y ahora, con un papelajo amarillo con la palabra APTO escrita en él, me sentía más cerca de atravesar las nubes, sentirme libre, haber cumplido mi sueño de romper las cadenas de mi triste condición de humano y desafiar a la gravedad, coquetear con la muerte en atrevidas maniobras aéreas que pongan al límite mi presión sanguínea, y de besar a mi mujer y jugar con mis hijos a la vuelta del trabajo. Y es que si es así como puede que sea el resto de mi vida, quiero que el resto de mi vida empiece ya...

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