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  1. Kart

    domingo, 4 de diciembre de 2011

    Olor a gasoil, a carretera mojada. Sensación de frío y humedad, sangre caliente bajo la ropa. Variedad de pensamientos, de sensaciones, bajo el casco, encerradas en una firme mirada concentrada en un sólo punto, sin parpadear. Las gotas de agua caen sobre el frío metal del chasis, y resbalan sobre las ruedas que esperan impacientemente, en tensión, aguantando el aire en su interior como la respiracion del piloto.

    Por un instante, todo en aquel lugar está pendiente de un mínimo movimiento, de que un brazo baje rápidamente, para dar rienda suelta a aquel silencio tan denso que se podría cortar y servir en lonchas.

    Una firme bajada de brazo, es el detonante de la bomba, la rabia y la adrenalina explotan al mismo ritmo que el carburante y el combustible del motor que gobiernan, y se inicia la encarnizada lucha por el primer puesto.

    Los charcos parecían encoger del temor antes de ser arrollados por una rápida máquina gobernada por uan fría mente, que con decisión cogía las curvas rozando el piano interior como si de la cintura de una mujer se tratara, movimientos suaves pero firmes.

    El traqueteo del coche, hacía que pareciera que el cielo vibrara con energía, pero la pista seguía ahí, inmutable, esperando ser vencida, casi riéndose con osadía cuando un piloto trompeaba en una curva cerrada.

    De cuando en cuando, tenían lugar impresionantes duelos entre pilotos, que al instante se olvidaban de su trazada habitual, y obligaban a la pista a dejarse recorrer en el camino que les permitiera adelantar a su rival de forma limpia o no tan limpia.

    La tierra y la hierba recibían con su suavidad al piloto vencido, el cual, con la ira del derrotado, contestaba con un rabioso acelerón para retornar a la pista y recobrar su puesto.

    Al final de la carrera, cada piloto se había adecuado a su máquina, y el calor de la competición había fundido sus esencias, un ente de carne, caucho, y metal. La bandera a cuadros blanca y negra parecía una línea de corte entre una dimensión y otra, tras pasarla, los pilotos recobraban poco a poco su visión general, su ritmo cardíaco se relajaba, los manos no agarraban con tanta fuerza los volantes, y la espalda dejaba de ser parte del respaldo, volvían a ser normales, saludaban a sus contrincantes con camaradería y simpatía, y se levantaban para comer algo y comentar los detalles y tiempos de la carrera del día.

    Y mientras tanto, su coche seguía en su garaje, hambriento de gasolina, y su metálica frialdad dispuesta a servir de nuevo para cuando se le necesitara. Algo similar le pasaba al piloto, sentía un deseo interno de volver a patinar sobre la pista, bailar con las curvas, e hipnotizarla con un juego de pies sobre los pedales que él conocía muy bien. La pista era su segunda casa, los neumáticos su segundo par de zapatillas y la gasolina tan sólo una bebida isotónica con la que correr mejor.

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